La lástima, o lo bueno, según como se mire, es que a ese programa de la televisión pública, con trazas de reality show, llevan a personas corrientes, de la calle, como ustedes y como yo, y claro, les cogen los políticos, con su palabrería para hacer lo blanco negro y para irse por los cerros de Úbeda y responder lo que les da la gana, y les burrean en lo que ellos quieren. Aunque, ¡ay!, una cosa es vencer y otra es convencer.
De los tres individuos del martes por la noche, el más “directo” en sus expresiones, rayando incluso en lo chulesco y en lo insolente, me pareció el tipo ese regordete del bigote que dice que no es español, aunque todos sabemos que oculta un carné de identidad y un pasaporte con la nacionalidad española, entre otras cosas porque le va muy bien; y que a mí, se lo juro, me importa un bledo que no se llame José Luis, yo tampoco.
Para ser justos, no me pareció de recibo el que una señora del público dijera, con indisimulado despecho anticatalanista, que no tenía ningún interés en aprender catalán. Yo tampoco tengo ningún interés en aprender catalán, ni vascuence, ni gallego, ni bable, ni caló (por ahora, pues nunca se ha de decir de esta agua no beberé), pero eso no lo diría nunca como arma arrojadiza, como desprecio a otra persona. Treinta y cinco millones de españoles no tenemos ningún interés en aprender catalán porque no lo necesitamos, no es por otra cosa.
El otro hombre de Convergencia, dolidos como están en su formación política por la puñalada trapera de haber sido relegados a la oposición en Cataluña, se expresó impecablemente bien. Con gente así da gusto tratar, no me extraña que huela a ministro. Una salvedad en su moderación fue la contundencia con que se encaró a la mora, perdón, a la señora árabe, con pinta de integrismo religioso, que en su país no se hubiera atrevido ni a mirar a la cara al Mojamé que tiene a su pueblo sumido en la pobreza y aquí, segura y altanera, exige todos los derechos (me parece muy bien) e intenta imponernos el trágala de su atrasada cultura (me parece muy mal). Mire usted señora, velos por coranes, vale, pero velos por cojones, pues como que no.
¡Qué salida de tono tuvo el primero, el que iba sin afeitar!, cuando se refirió al “partido de la guerra”. ¿Partido de la guerra?, ¿qué partido de la guerra, señor? Aquí no hay ningún partido de la guerra. ¿Se refiere usted al partido de aquel líder, que, endiosado de tanto poner los pies sobre la mesa con el genares ese de USA, y en el ejercicio de sus funciones, cuando a la sazón era presidente del gobierno, dio el visto bueno para que se derrocase al dictador Sadam Husein, gocedios, por las bravas?
De vergüenza ajena, sin embargo, fueron los apuros que pasó éste mismo cuando un señor mayor del público, muy bien educado, le hincó una puya con el tema de los buenos sueldos y de las mejores pensiones que los políticos, sin el menor rubor, se adjudican ellos mismos por el rostro. ¿O es que no clama al cielo el que todos los presidentes de gobierno, cuando cesan (y algunos bien jóvenes y completamente forrados en diversos negocios), siguen cobrando el sueldo íntegro hasta que se mueren? ¡Hombre, ya está bien de trincar dinero público a calzón quitao! Con razón no tienen ni idea de lo que es vivir con economías familiares submileuristas. ¡Como ellos tiran con pólvora de rey!
De los tres individuos del martes por la noche, el más “directo” en sus expresiones, rayando incluso en lo chulesco y en lo insolente, me pareció el tipo ese regordete del bigote que dice que no es español, aunque todos sabemos que oculta un carné de identidad y un pasaporte con la nacionalidad española, entre otras cosas porque le va muy bien; y que a mí, se lo juro, me importa un bledo que no se llame José Luis, yo tampoco.
Para ser justos, no me pareció de recibo el que una señora del público dijera, con indisimulado despecho anticatalanista, que no tenía ningún interés en aprender catalán. Yo tampoco tengo ningún interés en aprender catalán, ni vascuence, ni gallego, ni bable, ni caló (por ahora, pues nunca se ha de decir de esta agua no beberé), pero eso no lo diría nunca como arma arrojadiza, como desprecio a otra persona. Treinta y cinco millones de españoles no tenemos ningún interés en aprender catalán porque no lo necesitamos, no es por otra cosa.
El otro hombre de Convergencia, dolidos como están en su formación política por la puñalada trapera de haber sido relegados a la oposición en Cataluña, se expresó impecablemente bien. Con gente así da gusto tratar, no me extraña que huela a ministro. Una salvedad en su moderación fue la contundencia con que se encaró a la mora, perdón, a la señora árabe, con pinta de integrismo religioso, que en su país no se hubiera atrevido ni a mirar a la cara al Mojamé que tiene a su pueblo sumido en la pobreza y aquí, segura y altanera, exige todos los derechos (me parece muy bien) e intenta imponernos el trágala de su atrasada cultura (me parece muy mal). Mire usted señora, velos por coranes, vale, pero velos por cojones, pues como que no.
¡Qué salida de tono tuvo el primero, el que iba sin afeitar!, cuando se refirió al “partido de la guerra”. ¿Partido de la guerra?, ¿qué partido de la guerra, señor? Aquí no hay ningún partido de la guerra. ¿Se refiere usted al partido de aquel líder, que, endiosado de tanto poner los pies sobre la mesa con el genares ese de USA, y en el ejercicio de sus funciones, cuando a la sazón era presidente del gobierno, dio el visto bueno para que se derrocase al dictador Sadam Husein, gocedios, por las bravas?
De vergüenza ajena, sin embargo, fueron los apuros que pasó éste mismo cuando un señor mayor del público, muy bien educado, le hincó una puya con el tema de los buenos sueldos y de las mejores pensiones que los políticos, sin el menor rubor, se adjudican ellos mismos por el rostro. ¿O es que no clama al cielo el que todos los presidentes de gobierno, cuando cesan (y algunos bien jóvenes y completamente forrados en diversos negocios), siguen cobrando el sueldo íntegro hasta que se mueren? ¡Hombre, ya está bien de trincar dinero público a calzón quitao! Con razón no tienen ni idea de lo que es vivir con economías familiares submileuristas. ¡Como ellos tiran con pólvora de rey!
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