Se presenta en Cieza el libro “En un lugar de la memoria”, del escritor Joaquín Gómez Carrillo. En el acto, que tiene lugar en el Aula Cultural de la Fundación Cajamurcia, el día 19 de diciembre de 2006, intervienen: Joaquín Salmerón Juan, como Presidente del Centro de Estudios Históricos Fray Pasqual Salmerón, entidad que colabora en el patrocinio de la edición; Juan Ortín García, doctor en Antropología y Catedrático de Sociología de la Empresa de la Universidad de Murcia; y el propio autor de la novela.
El libro, escrito con una prosa sencilla, describe, entorno a un eje argumental bien dosificado, una serie de personajes de la época de primeros de los sesenta, en un ambiente rural. Esto da pie a que aparezca en sus páginas todo un acervo cultural referido a aquellos modos de vivir, donde aún existían oficios, costumbres, creencias y formas de entender la vida que hoy en día han desaparecido.
En la novela “En un lugar de la memoria”, estructurada en capítulos cortos que invitan a continuar leyendo hasta el final, se encuentran hábilmente mezclados los ingredientes naturales de la vida, como son: humor, ironía, amistada, honradez o tragedia; o también: ternura, amor, fidelidad, pasión, deslealtad o ira. Por otra parte, el uso de los tiempos gramaticales y la manera en que el narrador permite que los personajes se expresen con su propio lenguaje vulgar, confieren a la narración un ritmo confiado y un acercamiento que logran intimar con el lector.
El escritor, en su intervención al presentar el libro, tras los debidos agradecimientos, ofrece a un público atento que llena la sala, una disertación sobre diversos aspectos de la vida rural de principios de los sesenta en Cieza, donde el lector quizá intuya el desarrollo de los hechos (mitad inventados, mitad inspirados en la lejana realidad) que se hilvanan en la trama del relato.
“El arranque de la década de 1960 –comienza su discurso Joaquín Gómez Carrillo– fue un tiempo en el cual se avecinaban importantes cambios sociales para España, pero que todavía conservaba la rémora de las viejas costumbres. Fue éste un momento histórico para el país, a mitad de camino entre el abandono por fin de las cartillas de racionamiento, cuyo endemismo social se había extendido en España hasta 1952, y la llegada de los americanos a la Luna en 1969, como logro de la mayor aventura científica de la humanidad.”
“El principio de los sesenta, no obstante, fue el momento en que la economía nacional, influida por diferentes factores, pasó de la autarquía y la pobreza a lo que se conoce en los libros de historia como el ‘despegue económico’, que por otra parte propició el éxodo rural y la emigración masiva hacia los países europeos.”
“En ese tiempo era ya inminente la llegada del maquinismo a la agricultura, pero aún, en muchos lugares, había que segar la mies a mano y golpes de hoz; había que acarrearla luego a la era, había que trillarla en la parva con trillos de pedernales y había que aventarla con horcas para separar la paja del grano.”
“Se iba introduciendo poco a poco el uso del tractor en el cultivo de la tierra, pero todavía se araba con yuntas de mulas y se tiraba a puñados la semilla en la sementera.”
“Estaba próxima la implantación de una seguridad social, pero aún eran necesarias las igualas con los médicos, y los trabajadores de los campos, incluidos los que poseían familia a su cargo, estaban totalmente desprotegidos y sin derecho a prestación alguna ante accidentes laborales o enfermedades.”
“Se hacían avances en el sistema educativo, en el que una ley venidera iba a establecer la escolarización hasta los 14 años, pero al comienzo de los sesenta, un tercio de la población española permanecía analfabeta y los hijos menores de edad (de ambos sexos) de las familias campesinas, tras su paso fugaz por escuelas rurales para pobres (y a veces ni eso), donde compaginaban escolaridad y trabajo a la vez, eran normalmente utilizados como mano de obra gratis en las faenas del campo.”
“Los vehículos a motor iban a revolucionar muy pronto los transportes y los medios para desplazarse las personas de un lugar a otro, pero aún entonces se hacía uso normal de la bestia de carga y del carro tirado por la reata de mulas.”
“Las fibras de importación habían entrado en competencia con la tradicional industria espartera de Cieza, pero todavía, cuando salía la romana, cientos de esparteros, necesitados de ganar el pan para los suyos, se desplazaban a los montes, palillo en mano, y tomaban bucha en los atochares de la Sierra de la Cabeza, del Picarcho, de Benís, de la Carrasquilla, del Almorchón, de la Herrada, del Malojo o del Madroñal; arrancaban pesados haces de esparto y después los llevaban a cuestas, a traviesaloma y a cruzabarranco, hasta las tendidas, donde se los pesaban y se los pagaban a miseria por kilo.”
“Se avecinaban cambios en las economías domésticas, pero muchas casas de los campos todavía funcionaban como unidades autosuficientes (aunque bien es verdad que las necesidades eran entonces muy pocas: prácticamente se vivía con nada); y para obtener aquellos productos que no se podían arrancar de la tierra ni se podían confeccionar con los medios propios, se utilizaba el trueque, es decir, que aún tenía vigencia el oficio de la recova. (El recovero, cuya figura estaba pronta a su desaparición, se desplazaba por sendas y caminos rurales cambiando telas, prendas de vestir, platos u otros enseres, por huevos o animales de corral).”
“A principios de los sesenta ya había unos rudimentarios infiernillos para cocinar, que funcionaban con queroseno o petróleo, y estaba muy próxima la utilización generalizada del gas butano; pero todavía era corriente el uso del carbón y la leña, por lo que el monte se plagaba de leñadores todos los domingos, con cuyos haces a la espalda, algunos caminaban a lo largo de kilómetros hasta llegar al pueblo.”
“Faltaban sólo unos pocos años para construirse pistas forestales, para que se hiciera corriente el uso de la motosierra y para que se efectuara el traslado de la madera con buldózer hasta cargarla en los camiones; pero aún por aquel tiempo, las cortas de pinos en la montaña se llevaban a cabo con sierros, manejados cada uno por dos hombres, y los árboles talados eran desramados y pelados con hachas. Luego venían los ajorradores y con grandes mulas aparejadas de cadenas ajorraban los enormes palos desde la cima de la montaña hasta el oripie de ésta, donde estaban los cargaderos de los carros de pértigo o los viejos camiones. Por último llegaban los carboneros, morenos de oficio, que se desplazaban en familia como una trupe de gitanos; éstos se instalaban en plena montaña y, desde el más grande hasta el más pequeño, mujeres y hombres, trabajaban como hormigas durante los meses del estío hasta convertir toda la leña talada en carbón, el cual era llevado después con bestias hasta donde podía llegar el transporte rodado.”
“Estaba a punto, por otra parte, de comenzar a hacerse una realidad natural la igualdad de oportunidades para todas las personas, pero entonces aún permanecía enraizada en la conciencia de la gente la diferencia de clases sociales, y los aparceros o medieros se descubrían, quitándose la gorra, el sombrero o la boina, en presencia de los señoritos, dueños de la tierra.”
“Y para no extenderme más –prosigue Joaquín Gómez Carrillo– sobre tantas y tantas particularidades de la vida rural de esos años críticos, en que acaecen los hechos recogidos en la trama ficticia del libro, acabo ya, apuntando también que fue por aquel tiempo, en el cual la Guardia Civil de a caballo todavía visitaba las casas de los campos para comprobar que todo estuviera en orden, cuando surgió el maravilloso invento del transistor, y las radios, hasta entonces a válvulas –que por consiguiente sólo funcionaban con corriente alterna–, empezaron a fabricarse a pilas, lo cual constituyó un cambio tremendo, en cuanto al acceso a la información y a un mínimo de esparcimiento por parte de las familias que habitaban las casas de labor, y en cuyas veladas frente a los leños de la lumbre venían repitiendo desde antiguo los cuentos, pasajes, experiencias y conocimientos, transmitidos de viva voz de padres a hijos y de abuelos a nietos.”
“Muchos, por tanto, eran los cambios que estaban a punto de producirse en esos años para aquella sociedad rural, y otros muchos aspectos de la vida de antes serían llevados por el viento en tan solo una década; pero a principios de los sesenta todavía existían oficios, tareas, costumbres, saberes, supersticiones, creencias y modos de vida, que hoy en día, la mayor parte de las personas jóvenes sólo puede tener certeza que existieron por los libros, si los lee.”
“Muchas gracias.”
©Joaquín Gómez Carrillo